A veces solía recorrer el paraje cercano a su casa, tan familiar y desconocido para él al mismo tiempo. Existían pequeñitos lugares muy recónditos a los cuales nunca había accedido, quizás por miedo o sencillamente porque sabía que si encontraba algo maravilloso podría perder la noción del tiempo y quedarse por mucho rato ahí. Hasta que un día se adentró en ese angosto sendero que nací después de la desembocadura del riachuelo norte. ¡Qué sorpresa se llevó cuando se dió cuenta que su cuerpo mutaba y se hacía uno sólo con el entorno! Sus venas eran reemplazadas por pequeñas vertientes de agua, sus músculos por raíces, su piel por un sinfín de criaturas del sector y sus ojos , tanto más sensibles ahora a la oscuridad como los de un gato salvaje nocturno. Y ahí se quedó, tras inmensurables horas, perplejo por lo que observó al haberse vuelto uno más del bosque, siendo parte de él.